domingo, 29 de octubre de 2017

¡JESÚS ES CRUCIFICADO!


Crucifixión y muerte de Jesús
32 Cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a éste obligaron a que llevase la cruz.
33 Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera,
34 le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo.

35 Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, 
para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes.
36 Y sentados le guardaban allí.
37 Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS.
38 Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda.
39 Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza,
40 y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz.
41 De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían:
42 A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él.
43 Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.
44 Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él.
45 Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
46 Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
47 Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste.
48 Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber.
49 Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle.
50 Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.
51 Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; 
y la tierra tembló, y las rocas se partieron;
52 y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;
53 y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.
54 El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios.
55 Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole,
56 entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.


(Sufrimiento del   Señor Jesucristo para obrar nuestra redención, ¡Aleluya! ¡Bendito Rey y Señor! Mateo, capítulo 27, versículos del 32 al 56. Reina-Valera 1960)
¡GRACIAS PRECIOSO SALVADOR!

Notas: 
(*) Mateo 27:50 "...Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu"
La muerte de nuestro Señor Jesucristo estuvo con toda razón rodeada de milagros; pero ella misma es una maravilla más grandiosa que todo lo que ocurrió, y sobrepasa a todos esos milagros de la misma manera que el sol brilla más que los planetas que lo rodean. Resulta muy natural que la tierra temblara, y que los sepulcros se abrieran, y que el velo del templo se rasgara, cuando Aquél que únicamente tiene inmortalidad, entrega Su espíritu. Entre más piensen en la muerte del Hijo de Dios, más se asombrarán por ella. De la misma manera que un milagro supera a un hecho común, así, esta maravilla de maravillas, se eleva por encima de todos los milagros de poder.

Que el divino Señor, aunque cubierto con el velo de carne mortal, haya condescendido a sujetarse al poder de la muerte, al punto de inclinar Su cabeza en la cruz, y someterse a ser depositado en la tumba, es el mayor de los misterios. La muerte de Jesús es la maravilla del tiempo y de la eternidad, y, así como la vara de Aarón devoró a todas las demás, esa muerte absorbe en sí todas las maravillas menores.

Sin embargo, la rasgadura del velo del templo no es un milagro que deba considerarse con ligereza. Había sido fabricado de
"lino torcido, con querubines de obra primorosa." Esto nos da la idea de una tela resistente, de una pieza de tapicería duradera, capaz de resistir la más severa tensión. Ninguna mano humana habría sido capaz de romper esa cubierta sagrada; y no habría podido ser dividida en dos por alguna causa accidental; sin embargo, y es extraño decirlo, en el instante en que la santa persona de Jesús fue rasgada por la muerte, el grandioso velo que ocultaba al Lugar Santísimo "se rasgó en dos, de arriba abajo." ¿Qué significaba eso? Significaba mucho más de lo que puedo decirles ahora.

No es algo antojadizo considerarlo como un solemne acto de duelo por parte de la casa de Dios. En el Este los hombres expresan su dolor rasgando sus vestiduras; y el templo, cuando vio morir a su Señor, pareció golpeado por el horror y rasgó su velo. Sacudido por el pecado del hombre, indignado por la muerte de su Señor, en su simpatía por Aquel que es el verdadero templo de Dios, el símbolo externo rasgó su santa vestimenta de arriba abajo. ¿Acaso no significó también ese milagro, que a partir de esa hora, todo el sistema de tipos y sombras y ceremonias había llegado a su fin? Las ordenanzas de un sacerdocio terrenal fueron rasgadas con ese velo. En señal de la muerte de la ley ceremonial, su alma abandonó el sagrado santuario, y dejó su tabernáculo corporal como algo muerto. La dispensación legal había terminado.

El velo rasgado parecía decir:
"A partir de este momento, Dios ya no habita más en la densa oscuridad del Santo de los Santos, y no brilla más en medio de los querubines. El recinto especial ha sido abierto, y ya no hay un santuario interior al que pueda entrar el sacerdote terrenal: las expiaciones y los sacrificios que servían de tipo, han llegado a su fin."


De conformidad a la explicación dada en nuestro segundo texto, la rasgadura del velo significó principalmente, que el camino al Lugar Santísimo, que no había sido manifestado antes, quedaba ahora abierto a todos los creyentes. Una vez al año, el sumo sacerdote levantaba solemnemente una esquina de este velo, con temor y temblor, y con sangre y santo incienso pasaba a la inmediata presencia de Jehová; pero el desgarrón del velo abrió el lugar secreto. La rasgadura de arriba abajo proporciona amplio espacio para que entren todos los que son llamados por la gracia de Dios, para que se acerquen al trono y tengan comunión con el Eterno. (Fuente: http://www.spurgeon.com.mx/sermon2015.html )

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